viernes, diciembre 24, 2010

La navidad para un niño en Gales, Dylan Thomas

Trad. María José Chuliá García. Edición bilingüe. Nórdica , Madrid, 2010. 76 pp. 15 €

Pedro M. Domene

La Navidad es esa entrañable fiesta familiar que celebran universalmente las buenas gentes del mundo y que, de alguna manera, revisa las voluntades y el sentimiento del amor, al menos, durante unos días al año. De carácter humilde y campesino, ha llegado hasta nosotros envuelta en decoración y luces, fiesta y cena familiar, villancicos y regalos que convierten su significado en algo, evidentemente, social y consumista. La literatura nunca ha sido ajena a estos días festivos a los que, tras los tradicionales dulces y belenes cristianos, se han incorporado, la nieve, los árboles adornados, y el famoso Santa Claus, de evidente tradición nórdica. Algunos de los autores más destacados han puesto su mirada y su pluma para celebrar con nosotros una blanca festividad. Durante años se ha considerado que Canción de Navidad (1843), de Charles Dickens, ofrece una visión dura y denigrante de la sociedad británica del XIX, un relato breve donde abogaba sobre la condición del proletariado más pobre y las consecuencias de un empobrecimiento progresivo. Una visión del pasado, del presente y del futuro, en la víspera de la Navidad llevan a su protagonista, Ebenezer Scrooge, a cambiar su actitud vital para mostrar el amor y la solidaridad entre sus semejantes, sobre todo con su empleado, Bob Cratchit y su pequeño hijito enfermo, Tiny Tim. Truman Capote ofrecía con Una Navidad (1983) el relato de la soledad de un niño que cuenta su Navidad sin padres o con unos que resultan extraños para él, solo el recuerdo de su anciana amiga Sook, y su extrema bondad, logran paliar el descubrimiento de que, en realidad, Papá Noel tampoco existe. Entre ambos libros, La Navidad para un niño en Gales (1955), del poeta Dylan Thomas, sobresale, más de cincuenta años después de su publicación, quizá porque el poeta Thomas encontró esa interrelación entre su verso y la prosa, algo tan inevitable como el resultado de la vida misma.
En este cuento de La Navidad para un niño en Gales ocurren aquellas cosas que nos recuerdan al mágico territorio de la infancia. El mes de diciembre era blanco, siempre nevaba en Navidad, los niños se protegían las manos del frío envueltas en viejos calcetines, les tiraban bolas de nieve a los felinos y Jim, junto al narrador, se convertían en tramperos con gorro de piel y mocasines en busca de su presa, pero los dichosos gatos que eran muy listos no aparecían nunca. Thomas sitúa su relato en un pueblo de la costa de Gales y todo empieza con un fuego en la casa de la señora Prothero: bomberos, policía y ambulancia, fue, según el narrador, una Nochebuena con muchos avatares. Y luego estaban los carteros que hacían su camino con la nariz colorada, y las botas llenas de hielo; y, también, estaban los regalos: los útiles, tapabocas, bufandas, boinas, o los libros, y los inútiles: bolsas con muñequitos de gominola, patos de goma, cuadernos de dibujo, o el juego de la Oca. En la noche de Navidad siempre sonaba algo de música y aquellas eran noches largas y tranquilas. Dylan Thomas da brillo, con su prosa, al valor de una irrenunciable fiesta universal, la Navidad, una celebración que sigue teniendo ese extraño poder de convocatoria en muchos hogares del mundo.

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