lunes, abril 05, 2010

Las correspondencias, Pedro G. Romero

Periférica, Cáceres, 2010. 68 pp. 12 €

Coradino Vega

Partiendo de una cita de Ezra Pound ―que uno podría imaginar tan del gusto de Agustín García Calvo―, la cual viene a decir que cuando una carta habla de amor, en el fondo de lo que está hablando es de dinero, el artista conceptual Pedro G. Romero (Aracena, 1964) presentó un proyecto en la Bienal de Venecia de 2009 que ahora la magnífica editorial Periférica nos ofrece en forma de libro. Se trata de un breve epistolario que consta de veinte misivas que se mandan habitantes de la ciudad de las fundamenta (Romero sacó sus nombres y direcciones del listín telefónico), en las que se habla de cosas como la muerte de un amigo, la venta de una pistola sumergida en un canal, el papel del intelectual, Berlusconi, la inmigración, el amor o la trama de un sabotaje ferroviario.
Pedro G. Romero no se define como un “autor con mayúsculas” que necesita su escritura para expresarse; sus formas de expresión son más variadas. Y aunque la fórmula “artista conceptual” parezca algo abstrusa e incluso pleonásmica (a mí el arte conceptual me suele dejar el complejo de no haber entendido bien el concepto al que se refiere), en Romero todo parece claro y su “cosa moderna”, como él mismo llama a su opúsculo siguiendo a Pasolini, resulta per se una obra literaria subyugante, que cala y que te hace pensar disfrutando. Porque Las correspondencias es un librito que interviene en “lo real”, que plantea un cuestionamiento ético del mundo en que vivimos, que menciona poco y sugiere mucho, y que lanza preguntas sin arrojarnos a la cabeza ninguna respuesta. Dice Romero que es un canto “a lo que se pierde”. Y lleva razón. Cuando alude a las Cartas luteranas de Pasolini, las Cartas desde la cárcel de Gramsci y Querido Miguel de Natalia Ginzburg como punto de partida, nos damos cuenta de que es un canto a un tipo de literatura hoy día poco reivindicada, la italiana del siglo XX (hasta su tono sencillo, cantarín, humorístico y preciso hace que parezca que estemos leyendo una traducción de Vittorini); a la manera de analizar el mundo que tuvieron esos mismos intelectuales, podríamos decir que “marxista” (sí y qué pasa); y al género epistolar que cuida la palabra y vehicula las emociones y que, en la actualidad, como dice Ferlosio, ha vuelto a su origen en el sentido de que las cartas se emplean únicamente como conductos oficiales, “para cosas del Reino, los notarios y los abogados o cosas de Hacienda”, añade el propio Romero. Un canto, por tanto, a una cultura perdida: la de la inteligencia crítica, la del rigor estético, la de la palabra como instrumento… Y la de la ironía. Venecia como patria del capitalismo financiero. O esta otra cita: «Ha cambiado el modo de producción (cantidades enormes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no sólo produce mercancías: produce al mismo tiempo relaciones sociales, humanidad, o sea una nueva cultura».
Un libro que se plantea esto es, en mi opinión, y dadas las circunstancias, un libro necesario. Si además es intensamente moderno (y por moderno véase Menéndez Salmón cuando refrendaba hace poco lo que cierta corriente de opinión se niega a asumir: que todos los mediterráneos han sido ya transitados y que ser moderno consiste, precisamente, en haberlos navegado y no en creer descubrirlos), y es asimismo inteligente, estimulador, conciso y hermoso, para qué seguir hablando.
Una joya más, en definitiva, para el exquisito catálogo de la editorial Periférica.

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