miércoles, marzo 17, 2010

Novela once, obra dieciocho, Dag Solstad

Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Lengua de Trapo, Madrid, 2010. 208 pp. 18.50 €

Miguel Baquero

Dentro de su colección “Otras lenguas”, la editorial Lengua de Trapo ha comenzado a lanzar en nuestro país la obra del escritor noruego Dag Solstad, posiblemente el escritor noruego vivo de mayor prestigio tanto en Noruega —como demuestra el haber sido galardonado nada menos que tres veces con el Premio de la Crítica Literaria de aquel país» como en el extranjero. Previamente a Novela once, obra dieciocho —no muy afortunado título, en mi opinión—, Lengua de Trapo publicó ya una novela anterior de Solstad, Pudor y dignidad, que había obtenido muy buena acogida en otros países, y es de suponer que continuará vertiendo al castellano su obra.
Por fortuna, cabe decir, porque Solstad está lejos de ser uno de esos autores surgidos de pronto de entre los hielos de la tundra, al calor de Larsson y su Millenium, en la vorágine de una moda y una repentina pasión por lo escandinavo que prácticamente desde el primer día lleva impreso en su frente el título de “perecedero”. Lejos de ello, Solstad parece mostrar un interés autentico y sincero por penetrar en la clave de nuestros tiempos e intentar adentrarse en el corazón y la razón de ser del hombre actual. No se hallará ni en Novela once… ni en la anterior Pudor y dignidad ningún crimen truculento, ningún personaje extravagante, ninguna concesión a la ruidosa y rápida posmodernidad. El hombre que aparece en las novelas de Solstad es el viejo carácter noruego de las obras de Ibsen; no en vano, en las dos novelas del autor vertidas al castellano, una obra del dramaturgo, El pato salvaje, adquiere una función determinante.
Novela once…, de hecho, tiene mucho de teatral, de dramatúrgico. Su protagonista es un hombre que vive sobre la escena, que desde fuera parece, si no del todo feliz, sí al menos satisfecho de su existencia, contento de su vida, confortado con su suerte. Sin embargo, bajo ese poso de tranquilidad —un trabajo de funcionario que no está mal, aunque pudiera estar mejor; una relación sentimental que, en apariencia, reúne todos los ingredientes de la pasión y la aventura; incluso una espita abierta a la creatividad y a la implicación en los asuntos colectivos—, bajo esa apariencia, como digo, de calma y comodidad, palpita un hombre que, como en las obras de Ibsen, sabe que está viviendo en la mentira, que se halla preso en una extraña cárcel de sonrisas, buenos modales y agradable fuego en la chimenea, de la que cuesta un ímprobo esfuerzo salir. Y, como en las obras de su inspirador, en las novelas de Solstad el sentido último de la acción, la finalidad del personaje es liberarse de esa opresión… aunque, como en el caso de Novela once, obra dieciocho, el final, sorprendente como pocos, sea justo lo que cualquiera de nosotros tendríamos por antítesis de la liberación.
Este final —que, por supuesto, no desvelaré—, de un simbolismo cruel e intenso, nos hace al mismo tiempo comprender, como lectores, que buena parte de la novela encierra un profundo simbolismo, también como en Ibsen. Que la figura de Bjorn Hansen, como se llama el protagonista de Novela once…, representa en gran medida al hombre contemporáneo, que su drama es el de todos, que las páginas quieren ir más allá de la simple anécdota o del crimen más o menos ingenioso y profundizar en el latir de nuestros días y en nuestro propio corazón. Y esto es, sin duda, lo que da a Solstad un nivel literario excelente.
Para terminar, y a manera de sencilla curiosidad, contar que el protagonista de esta novela tiene, según nos cuenta Solstad, un gusto literario exclusivo y bastante apartado del común, lo que le lleva, por ejemplo, a sentir un interés especial por Camilo José Cela, autor prácticamente desconocido en Noruega y que en esas latitudes escandinavas no puede por menos de parecer muy exótico. Durante algo más de tres páginas, Solstad nos habla del gusto aristocrático y selecto de su personaje en cuestiones literarias, una elegancia y una distinción que se vieron confirmadas cuando a Cela, para gran placer de Bjorn Hansen, le concedieron el premio Nobel de Literatura. Esto no es más que un detalle sin mayor importancia dentro de la novela, pero hace reflexionar —a mí al menos me lo hizo— sobre la verdadera naturaleza de lo exclusivo y de lo exótico.

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