martes, diciembre 22, 2009

Nocaut, Antonio García Villarán

Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla, 2009. 96 pp. 12 €

Elena Medel

En su nota previa a Perversiones y ternuras, Déborah Vukusic afirma que «la poesía y el teatro» comparten «fines», y califica sus textos de «poemas algunos para ser leídos; textos, la mayoría, para ser escuchados». El anterior libro de Antonio García Villarán, Sois estúpidos —que inauguró la colección de poesía ilustrada de Cangrejo Pistolero Ediciones—, se subtitulaba poesía escénica: contenía versos para leer, desde luego, pero también versos para representar ante un público. La labor de Antonio en cuanto a la difusión de la poesía escénica, de la perfopoesía y, en definitiva, de las manifestaciones del poema más allá del papel, ha resultado crucial para quienes experimentan hoy con las posibilidades de la literatura que no sólo se lee: tanto con su propia obra, que con Nocaut alcanza su tercer título, como con su esfuerzo en la coordinación (junto con Nuria Mezquita) del ciclo semanal de recitales “Las Noches del Cangrejo”, o del Festival Internacional de Perfopoesía de Sevilla.




Pero hablemos de Nocaut. Toda manifestación artística implica un riesgo, o al menos así —como lectora— lo espero; y el posible tropezón de la poesía escénica es el coqueteo con el peligro de acomodarse en el adjetivo, y eludir la intención literaria: el peligro, es decir, de llamarse más escénica que poesía, de ‘funcionar’ bajo los focos, y ‘fallar’ en papel. Porque un poema es —ante todo, escénico o no— poema: debe resistir la lectura en casa, en la intimidad, y debe vencer en el reto del poeta frente al lector, aunque después el autor —también— lo transmita al público de forma poderosa. La poesía de Antonio, Nocaut o no, supera todos los asaltos. Leyéndole he recordado —procuro no olvidarla— una petición de Hemingway a sus compañeros de oficio, y de la que Antonio García Villarán ha tomado buena nota: las palabras deben golpear, noquear, picar igual que un puñetazo.




«Entonces me levanté,/ ajusté mis guantes amarillos/ y seguí escribiendo»: así termina el primer poema de Nocaut, y así avanza Antonio sus intenciones. Porque Nocaut es una larga, e intensa, reflexión sobre la poesía: cómo escribimos, para qué, sobre qué, de qué forma la poesía se integra en nuestras vidas y las zarandea, se transforma en necesaria. «No aprendemos la lección si/no nos torcemos tres veces el tobillo», advierte en su “Declaración de intenciones I”; «(…) ¡Qué se necesita/ para hacer/ buena poesía!// Después/ de un pausado/ silencio,/ escupió:// —¡FLECHAS!», prosigue en “Todo lo que siempre quiso saber sobre el vino y la poesía y nunca se atrevió a preguntar”, un poema consciente de que «ni los niños/ ni los borrachos/ mienten/ nunca». Poética en cuatro tiempos, del simbólico bloque “Ego canalla” a la corrosiva parte titulada “Perro oeste”, Antonio García Villarán se porta con los poemas más extensos como con el enemigo más fiero, y en cuestión de guantes y estrofas nadie le gana, y casi tutea a la poesía popular andaluza —la que se canta— en los poemas más breves: pienso en “Patriotismo” y los sentimientos como trozos «de tela», en píldoras irónicas como “Prometo”, o en los más haikus que seguidillas incluidos en el grupo de poemas “In vino veritas”.




«La poesía no es agua limpia/ rosa fresca, c-o-r-a-z-o-n-e-s,/ la poesía es fritanga/ cargada de escorpiones», escribe Antonio en “¿Y tú me lo preguntas?”, lanzando un golpe definitivo en uno de mis poemas favoritos de Nocaut. Otro de los poemas, “Gancho de izquierda”, funciona —casi— como árbol genealógico, sin matar al padre pero sí noqueándolo: «mi casa se llama piso/ y es humilde/ porque es un bajo», remeda a Antonio Machado en otro de los poemas. Textos —por cierto— que ha fogueado recital tras recital, testando la recepción en quienes escuchaban, consciente de escribir para los demás. Textos que me entusiasmaron y que yo recordaba vivamente, como si ya los hubiera leído, y que —sorpresa— se exhiben por primera vez en Nocaut ante los ojos no el espectador, sino del lector.




Para terminar, un verso de Luis Melgarejo: «palabras como golpes, compañeras». En el caso de Nocaut, de Antonio García Villarán, también las palabras duelen «como golpes», también las palabras acompañan. Con un tono cercano, de ritmo coloquial, pero sobre todo de ritmo insistente, musical y poderosísimo, y a la vez con un tono duro, rotundo, igual que los nudillos de otro enfrentándose a nuestros párpados, Nocaut contiene buenos poemas que se leen —y que también se escuchan— sobre lo que más nos importa: la vida, la poesía. Gong.


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