viernes, marzo 13, 2009

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Stieg Larsson

Trad. Martin Lexell / J. J. Ortega Román. Destino, Barcelona, 2008. 749 pp. 22,50 €

Care Santos

La leyenda acompaña a la trilogía Millenium, de la que ésta es la segunda entrega. Cuentan de su autor, un periodista comprometido en la persecución de viejos nazis de apenas 50 años, que murió en la escalera de su editor cuando salía de entregarle el tercer volumen de la serie, que aún no ha visto la luz en nuestro país. Sus libros, revelación de las letras suecas, fasto de las letras europeas, celebración para la novela de género negro, han causado una verdadera revolución en toda Europa. Ya hay agencias de viajes que organizan «tours Larsson» para conocer los escenarios de sus novelas. La versión cinematográfica de la primera entrega —Los hombres que no amaban a las mujeres— se estrenó en Suecia el pasado 27 de febrero y promete otro tsunami de desbordada pasión por parte de los espectadores de todo el mundo. La reclamación de los sustanciosos derechos enfrenta en los tribunales de su país a los padres y la pareja de hecho del autor. Y lo mejor de todo es que los libros merecen tanto revuelo. Qué gusto da escribir algo así.
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es el segundo caso protagonizado por Mikael Blomkvist y —sobre todo, sobre todo— Lisbeth Salander, la pareja que ya centró la primera novela. Para quienes no estén familiarizados con el asunto, procedo a las presentaciones. Él es un periodista noblote, mujeriego y muy comprometido con la persecución de los antiguos capos nazis. Se parece tanto al propio Stieg Larsson que lo más probable es que sea mucho menos él de lo que deseamos creer sus lectores. Lisbeth es una muchacha de pasado turbulento, casi anoréxica, que en la primera novela conocíamos llena de tatuajes y piercings, insuperable hacker e investigadora astuta. Y al mismo tiempo es uno de los personajes femeninos más logrados que he conocido jamás en mi vida de lectora. Ella sola justifica la lectura de estas novelas. Cuando ella desaparece del escenario —y en esta segunda novela lo hace durante casi 300 páginas— el lector se queda desconsolado, huérfano, esperando su regreso. Qué gran logro el de su autor. Con esta pareja tan heterogénea, que cumplen del todo aquella premisa de Wilde de ser una mujer con pasado y un hombre con futuro, urde Larsson esta segunda entrega, en la que continúa con la vida de los personajes en el punto en que la dejó la primera novela para plantear otra trama que nos llevará a bucear en aquello que estamos deseando desde la página 47 de la primera entrega: el pasado de Lisbeh.
Como curiosidad, se repite también el título largo y difícil de digerir y la portada (con perdón) horrorosa. Algunos editores ya utilizan estos libros como ejemplo de hasta qué punto un mal título y una cubierta feísima no importan en absoluto a la hora de decantar el gusto de los lectores. Desde luego, no les falta razón. El título es tan horroroso que muchos son los países que han optado por cambiarlo. En Inglaterra, por ejemplo, la primera entrega —publicada por Quercus Publishing— se llamó The Girl With the Dragoon Tatoo (La chica con el tatuaje del dragón), mientras que los editores italianos (Marsilio) optaron por acortar y vulnerar el título de la segunda entrega llamándola La ragazza che giocava con il fuoco. Para ser justos, también los españoles se tomaron alguna licencia, porque en verdad la primera novela se llama Los hombres que odiaban a las mujeres, un verbo —odiar— que debió de sonarles demasiado fuerte.
En este libro, la historia vuelve a lo suyo, a las mayores preocupaciones de su autor: la denuncia de la violencia contra las mujeres en la que algún crítico han visto, con cierta estrechez de horizontes, no sé qué feminismo combativo; los personajes de pasado repugnante; la reflexión sobre los límites de la moral en relación con lo legal, como también ocurría en la primera novela. Aquí Lisbeth ya no es la criatura extrema de la primera entrega, aunque sigue siendo una chica rara. Y Blomkvist es el de siempre, pero tocado por las flechas de un amor que deseamos ver florecer —qué cursilada, Larsson me odiaría. O tal vez no me amaría— en la tercera entrega.
Hay bruscos cambios de ritmo, como ocurría en la primera, que el autor compensa con unos diálogos brillantes y unos personajes secundarios tan complejos que deseamos saber más de ellos. Y, sobre todo, hay suspense, ganas de saber qué ocurre después, maestría para contar una historia compleja que engancha de la primera a la última página y que se lee como si fuera una novela breve (y, desde luego, no lo es en absoluto).
A quienes aún no formáis parte de este extenso club de admiradores rendidos a los pies de Larsson (o de Salander, puesto que parece más agradable rendirse a los pies de un personaje de ficción que a los de un muerto), sólo cabe envidiaros: tenéis aún la posibilidad de maravillaros con los dos primeros libros, y de terminar siendo como nosotros. Y a quienes ya lo habéis hecho, consolaos: la tercera entrega, La reina en el palacio de las corrientes de aire, está al caer (en junio llegará a librerías). Y está también, para unos y otros, la versión cinematográfica, que firma Niels Arden Oplev. Qué festín.








* Existe edición en catalán, en Columna y también en Círculo de lectores / Cercle de Lectors.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me regalaron la primera obra de esta trilogía y
reconozco que la leí en menos de dos semanas. me encantó, no por ser una novela fuera de lo común sino porque me enganchó la verdad de la trama.

b.