jueves, enero 08, 2009

Un gran chico, Nick Hornby

Trad. Miguel Martínez-Lage. Anagrama, Barcelona, 2008. 353 pp. 19,50 €

Salvador Gutiérrez Solís

¿Es posible combinar sentido del humor, actualidad, reflexión, ironía, literatura —incluso— en una misma novela? Es posible. Los ejemplos, lamentablemente, no abundan, pero nos encontramos ante un autor que lo demuestra, obra tras obra. Que suenen los tambores y las trompetas, que el pirotécnico se queme los dedos. Nick Hornby irrumpió en el permanentemente alicaído panorama literario europeo hace ahora diecisiete años, en 1992, con la delirante y deslumbrante Fiebre en las gradas, alucinógena y ensayística recreación del mundo de los hooligans –aparentemente-. Prosiguió Hornby su andadura con la musicoemocional Alta fidelidad y la sugerente Érase una vez un hombre, posteriormente. En Cómo ser bueno, Hornby se vuelve adulto, demasiado serio a ratos y 31 canciones cabe entenderse como un íntimo catálogo de su banda sonora más personal. En picado, lejos de como su propio título indica, supone el regreso de Hornby a las alturas, que ya transitó en sus dos primeras obras. Suicidios y delirios, para volvernos a hablar de este mundo extraño y veloz que nos ha tocado vivir.
Si la adaptación cinematográfica de Alta Fidelidad te empujaba a la novela, no se puede decir lo mismo de Un niño grande (la tragedia comenzó con el título), una comedieta edulcorada y previsible que para nada hace justicia al texto de Hornby. En Un gran chico podemos encontrar, de nuevo, tres de los grandes temas que con frecuencia y maestría recorre el escritor británico: la figura del padre, el ocaso de la juventud y las relaciones de pareja. Will, el protagonista de Un gran chico, es como el propio Nick Hornby, el hijo de un hombre que ha alcanzado una buena situación económica gracias a un golpe de fortuna. El padre de Will compuso una ridícula canción de Navidad, que le permite al hijo vivir de forma desahogada gracias a los derechos de autor. Pero, sobre todo, Will es un enorme y evidente peterpan, una figura que Hornby sabe manejar, explotar, ilustrar y definir como nadie. Consumado especialista en la materia, Will lo intenta todo por ser siempre, y sobre todo parecerlo, un chico joven, aun a costa de ofrecer una imagen entre esperpéntica y peripatética de él mismo. Qué más da. Y, por supuesto, una de las grandes asignaturas pendientes de cualquier peterpan que se precie son las relaciones de pareja, escapar del compromiso a toda costa, huir, aunque el abismo o la soledad se perciba a menos de un palmo.
Nick Hornby, desde el humor, desde una ironía con tintes melosos, pero no por eso menos incisiva, nos habla de los temores que a muchos nos afectan. Su literatura, envolvente, deliciosamente divertida, sólo es el jocoso disfraz con el que nos invita a su particular fiesta. Una fiesta plagada con los grandes iconos que a todos —los menores de cincuenta años— nos siguen influyendo y atrayendo. Una novela saludable, a ratos delirante, siempre atractiva, de una de las voces más inquietas de la narrativa europea.

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